“Señor, vengo a ti en reclamo de ayuda y comprensión, pues tu supiste acallar el ensordecedor sonido de la vanidad y apagar el llanto del padecimiento con el consuelo del silencio. Hermano santo y devoto, tú que hacías pronunciar al alma los canticos del espíritu, te ruego encarecidamente, que me ayudes a transformar en versos mis argumentos y en parábolas mis dudas. Pido un poco de tu santa y vigorosa energía para que en el momento preciso pueda fluir con serenidad y aplomo, pero con rigor y eficiencia. Permite que mi energía, mi empuje y tenacidad y con ella la de mi voz interior, sepan viajar en el aire para convencer a quienes cierran sus oídos ante mi presencia”.
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