“Señora,
virgen y santa protectora de cuantos jóvenes habitan en el Cielo, te
invoco con la alegría de saber que junto a ti no me encuentro en soledad
ante el transito que experimento.
Te siento cerca y preciso de tu ayuda pues en mi interior albergo el dolor que no logro hacer desaparecer.
Tú que conoces el sufrimiento, la angustia y la pena, y que supiste superarlas con valentía y tesón, concédeme la fuerza para que pueda yo licuar la sangre endurecida por los problemas que no se resolver.
Señora, haz que pueda ser constructivo y superar las adversidades que me acompañan cual penumbra en la sordidez de mis senderos.
Te
pido, reverente señora, que aquietes mi excitación, que pacifiques mi
impulsividad, que frenes, en definitiva, el sentimiento de aflicción que
envuelve y oprime mi pecho y la respiración”.
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