“Dama y doctora, que estas en los cielos junto a EL. Maestra inspiradísima sutil y sabia, escúchame.
Preciso de tu sensibilidad e inspiración, para no torcer el recto renglón de mis actos con vanidades y errores que repercutan en quienes quiero bien.
Tú, que escuchaste la voz.
Tú, que percibiste la imagen sagrada.
Tu, que libraste el cuerpo de los brazos seguros de la caricia de la muerte.
¡Ven, acude de inmediato!
Pues preciso la justicia en mi mente, el equilibrio en mi corazón y la armonía en mis pensamientos.
Acude,
hermana y roza mi alma con tu influjo, para que, sin alcanzar tu
erudición, pueda yo ser justo en el camino que debo recorrer”.
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