Oh, San José, cuya protección es tan grande, tan poderosa y eficaz ante el trono de Dios, en vuestras manos entrego todos mis intereses y deseos. Oh San José asistidme con vuestra poderosa interseción.
Obtened por mí, de vuestro Divino Hijo, Nuestro Señor, todas las bendiciones espirituales que necesito. A fin de que, habiendo conseguido, aquí en la tierra, la ayuda de vuestro poder celestial, pueda ofrecer mi gratitud y homenaje.
Al Padre más amoroso Oh San José, nunca me cansaré de contemplaros con el niño Jesús dormido en vuestros brazos. No me atrevo acercarme mientras que el Niño reposa sobre vuestro corazón. Abrazadle fuertemente en mi nombre; y de parte mía, besad su fina y delicada cabecita.
Luego, suplicadle que me devuelva ese beso a la hora de mi último suspiro. San José, Patrón de los moribundos, rogad por nosotros. Amén.
Esta oración fue descubierta en el año quincuagésimo de Nuestro Señor Jesucristo. En el siglo XVI ( en los años 1500 DC) envió el Papa esta oración al emperador Carlos. El emperador recibió esta oración al prepararse para emprender batalla. Los que leyesen esta oración serán premiados. Igualmente se premiará a los que la escuchases al ser leída; o si la llevasen en su persona. A todas esas almas se les promete que no morirán repentinamente; ni se ahogarán; ni serán afectadas por veneno. No caerán en manos de sus enemigos; ni serán consumidos en ningún incendio; ni aún derrotados en la batalla.
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