En el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Así sea.
¡Oh augusta Reina
de las Victorias, oh Virgen soberana del Paraíso! cuyo nombre poderoso alegra
los cielos y hace temblar de terror a los abismos.
¡Oh gloriosa Reina
del Santísimo Rosario!
Nosotros, los
venturosos hijos vuestros, postrados a vuestras plantas, –en este día sumamente
solemne de la fiesta de vuestros nuevos triunfos sobre la tierra de los ídolos
y de los demonios– derramamos entre
lágrimas los afectos de nuestro corazón, y con la confianza de hijos os
manifestamos nuestras necesidades.
¡Ah! Desde ese
trono de clemencia donde os sentáis como Reina, volved, ¡oh María!, vuestros
ojos misericordiosos a nosotros, a nuestras familias, a nuestra República, a la
Iglesia Católica, al mundo todo, y apiadaos de las penas y amarguras que nos
afligen. Mirad ¡Oh Madre! cuántos peligros para el alma y cuerpo nos rodean;
cuántas calamidades y aflicciones nos agobian. Detened el brazo de la justicia
de vuestro Hijo ofendido, y con vuestra bondad subyugad el corazón de los
pecadores; pues ellos son nuestros hermanos e hijos vuestros, que al dulce
Jesús costaron sangre divina y a vuestro sensibilísimo Corazón indecibles
dolores. Mostráos hoy para con todos Reina verdadera de paz y de perdón.
Dios te Salve,
Reina y Madre, etc..En verdad, en verdad, Señora, nosotros, aunque hijos
vuestros, con las culpas cometidas hemos vuelto a crucificar en nuestro pecho a
Jesús y traspasar vuestro tiernísimo Corazón. Sí, lo confesamos, somos
merecedores de los más grandes castigos; pero tened presente, oh Madre, que en
la cumbre del Calvario recibisteis las últimas gotas de aquella sangre divina y
el postrer testamento del Redentor moribundo; y que aquel testamento de un
Dios, sellado con su propia sangre, os constituía en Madre nuestra, Madre de
los pecadores. Vos, pues, como Madre nuestra, sois nuestra Abogada y nuestra
Esperanza. Y por eso nosotros, llenos de confianza, entre gemidos levantamos
hacia Vos nuestras manos suplicantes y clamamos a grandes voces:
¡misericordia, oh
María, misericordia!
Tened, pues,
piedad ¡oh Madre bondadosa! de nosotros, de nuestras familias, de nuestros
parientes, de nuestros amigos, de nuestros difuntos, y sobre todo de nuestros enemigos, y de tantos que se
llaman cristianos, y sin embargo desgarran el amable Corazón de vuestro Hijo.
Piedad también, Señora, piedad, imploramos para las naciones extraviadas, para
nuestra querida patria, y para el mundo entero a fin de que se convierta y
vuelva arrepentido a vuestro maternal regazo.
¡Misericordia para
todos, oh Madre de las misericordias!
Dios te salve,
Reina y Madre, etc.
¿Qué os cuesta, oh
María, escucharnos, que os cuesta salvarnos? ¿Acaso vuestro Hijo divino no puso
en vuestras manos los tesoros todos de sus gracias y misericordias? Vos estáis sentada a su lado con corona de
Reina, rodeada de gloria inmortal sobre todos los coros de los Ángeles. Vuestro
dominio es inmenso en los cielos; y la tierra con todas las criaturas os está
sometida. Vuestro poder ¡Oh María! llega hasta los abismos, puesto que Vos
ciertamente, podéis librarnos de las asechanzas del enemigo infernal. Vos,
pues, que sois todopoderosa por gracia, podéis salvarnos; y si Vos no queréis
socorrernos por ser hijos ingratos e indignos de vuestra protección, decidnos a
lo menos a quien debemos acudir para vernos libres de tantos males. ¡Ah! no;
vuestro Corazón de Madre no permitirá que se pierdan vuestros hijos. Ese divino
Niño, que descansa sobre vuestras rodillas, y el místico Rosario que lleváis en
la mano, nos infunden la confianza de ser escuchados, y con tal confianza nos
postramos a vuestros pies, nos arrojamos como hijos débiles en los brazos de la
más tierna de las madres, y ahora mismo, sí ahora mismo, esperamos recibir las
gracias que pedimos.
(Hacer la petición
a la Virgen)
Dios te salve,
Reina y Madre, etc…
Pidamos a María su
S. Bendición
Otra gracia más os
pedimos ¡Oh poderosa Reina! que no podéis negarnos en este día de tanta
solemnidad.
Concedednos a
todos además de un amor constante hacia Vos, vuestra maternal Bendición. No: no
nos retiraremos de vuestras plantas, hasta que nos hayáis bendecido. Bendecid
¡Oh María! en este instante al Sumo Pontífice. A los antiguos laureles e
innumerables triunfos alcanzados con vuestro Rosario, y que os han merecido el
título de Reina de las Victorias, agregad este otro: el triunfo de la Religión
y la paz de la trabajada humanidad. Bendecid también a nuestro Prelado, a los
Sacerdotes, y a todos los que celan el honor de vuestro Santuario. Bendecid a
los asociados a la obra del Templo de Pompeya, y a todos los que practican y
promueven la devoción de vuestro S. S. Rosario.
¡Oh bendito
Rosario de María, dulce lazo que nos unes a Dios, Vínculo de amor que nos
juntas con los Ángeles, Torre de salvación contra los asaltos del infierno,
¡Puerto en el común naufragio, nosotros no te dejaremos jamás! Tú, serás
nuestro consuelo en la hora de la agonía, y para Ti, será nuestro ósculo
postrero al despedirnos de la vida.
Y la última palabra que pronunciarán
nuestros labios moribundos será vuestro dulce nombre ¡oh Reina del Rosario del
Valle de Pompeya, amada Madre nuestra, único refugio de los pecadores,
consoladora soberana de los afligidos. Bendita seáis en todas partes ¡Oh gran
Señora! ahora y siempre, en la tierra y en los Cielos.
Así sea.
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