
Dispositivos electrónicos y
plantas parecen objetos de universos distintos, pero cada vez menos. La
electrónica orgánica intenta fusionarlos, para generar dispositivos electrónicos
y vegetales. El último avance en esta dirección es un material capaz de
convertir una rosa en una auténtica batería. Ya la han cargado cientos de veces
y han demostrado que tiene un nivel de almacenamiento de energía como el de los
supercapacitores. Por Yaiza Martínez.
Los dispositivos electrónicos
tradicionales envían y procesan señales electrónicas (formadas por electrones).
Por su parte, las plantas transportan y manipulan iones y hormonas de
crecimiento. ¿Qué pasaría si se fusionaran ambos sistemas? Pues que surge la
llamada “electrónica orgánica”, desarrollada a base de polímeros
semiconductores (grandes moléculas semiconductoras) introducidos en las
plantas.
De esta manera, pueden combinarse
las señales eléctricas con las señales de la propia planta; así como traducir las señales de la
planta en señales electrónicas corrientes. La combinación abre una amplia gama
de posibilidades, aún no desarrolladas pero incipientes. Por ejemplo, algún día podría permitir
utilizar la energía de la fotosíntesis para alimentar una célula de combustible
o registrar y regular el crecimiento y otras funciones internas de las
plantas.
Hace un par de años, de hecho, un
equipo de investigadores del Laboratorio de Electrónica Orgánica de la
Universidad de Linköping (Suecia) consiguieron, gracias a la electrónica orgánica
y con la ayuda de los canales que distribuyen el agua y los nutrientes en las
plantas, que una rosa generase componentes clave de los circuitos electrónicos.
En otras palabras, lograron
convertir una rosa en un circuito eléctrico.
Ahora, un miembro de este mismo equipo, Roger Gabrielsson, y su
colaboradora Eleni Stavrinidou, han dado un paso adelante más en esta dirección
con el desarrollo de un material especialmente diseñado para esta aplicación.
No es la primera vez que se
utilizan las plantas para generar energía, aunque los enfoques para lograrlo
han sido variados y no siempre han implicado la electrónica orgánica.
Por ejemplo, en 2012, científicos
de la Universidad Wageningen, en los Países Bajos, ya crearon una célula de
combustible vegetal y microbiana (Plant-Microbial) capaz de generar
electricidad a partir de la interacción natural entre las raíces de las plantas
vivas y las bacterias del suelo.
Esta célula podía generar 0,4
vatios por metro cuadrado de cultivo de plantas, que es más de lo que genera la
fermentación de biomasa. El sistema, además de eficiente, podría llegar a zonas
remotas, reducir la presión ambiental y eludir la contaminación del paisaje,
afirmaban entonces los autores del avance.
Además, en 2013, investigadores
de la Universidad de Georgia (EEUU), crearon una tecnología que implicaba la
separación de unas estructuras presentes en las células vegetales llamadas
tilacoides, que son responsables de la captura y el almacenamiento de la
energía de la luz solar.
Manipulando en concreto las
proteínas contenidas en las tilacoides, los científicos lograron interrumpir la
vía por la fluyen los electrones. Por
otro lado, estas tilacoides modificadas fueron inmovilizadas en un soporte
especialmente diseñado con nanotubos de carbono, que son estructuras cilíndricas
unas 50.000 veces más finas que un cabello humano.
Los nanotubos actuaron como un
conductor eléctrico, capturando los electrones liberados por el material
vegetal y enviándolos por un cable. En experimentos a pequeña escala, este
método produjo niveles de corriente eléctrica en órdenes de magnitud mayores
que los reportados previamente en sistemas similares.
Fuente: tendencias21
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