
Por todo
lo que sabemos, los restos hallados en Tierra Santa pueden muy bien representar
a los humanos modernos más antiguos que se asomaron al planeta Tierra. Ojalá no
sea así. Porque, si fuera así, nuestros ancestros serían los mayores
pendencieros de la historia y la prehistoria. Lee en Materia la ciencia sólida
que hay detrás de esto. Aquí nos toca dejar volar un poco la imaginación.
Para muchas personas, entre las que me encuentro, no hay
cuestión más hechicera que nuestros orígenes. Saber que el cosmos se originó en
un big bang, de hecho, nos obliga a todos a descubrir los mecanismos de
maduración del universo y de evolución de la vida que nos han creado.
No hay
una forma más profunda y sensata de saber qué somos, a qué nos debemos, qué
podemos saber y qué nos cabe esperar, las cuatro preguntas que nos enseñó Kant.
Para desesperación del obispo de Oxford Samuel Wilberforce, Darwin conjeturó
correctamente que veníamos del mono, de algo parecido a un chimpancé. Pero ni
él hubiera imaginado que los detalles iban a ser tan complicados como conocemos
ahora que fueron. Dos docenas de especies de australopitecos –de los que Lucy
fue la más famosa y madrugadora—, un primer Homo habilis que no lo era tanto,
el aventurero Homo erectus que salió por primera vez de África, los
heidelbergensis, antecessors y preneandertales que condujeron a la estirpe al
mundo helado de hace 300.000 años, los neandertales y denisovanos que
desparecieron después tras cruzarse con nuestros ancestros sapiens que habían
evolucionado en África hace 200.000 años.
Darwin no pudo conocer nada de esto, pero predijo que la
evolución del ser humano desde los chimpancés debió dejar restos fósiles que
atestiguaran los estadios intermedios. Hoy se sentiría feliz, aunque también
perplejo por la arquitectura compleja, local y ramificada de la evolución
humana. Hace solo 100.000 años coexistían en el planeta media docena de
especies humanas. No es la especie en su conjunto la que va variando poco a
poco para erguirse y adquirir la palabra articulada. Las cosas son más
complejas y sutiles, puntuadas y oportunistas de lo que el padre de la biología
moderna hubiera podido imaginar. El objetivo actual de la paleontología, la
ciencia de los orígenes, es entender ese proceso que nos creó.
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