El P. Antonio Royo Marín en “La Teología de la Perfección
Cristiana” indica la importancia de tener las debidas disposiciones para
recibir la Comunión, pero también la importancia de expresar una fervorosa
acción de graciás después de recibir al Señor. El siguiente fragmento de su
libro [traducido de una versión en inglés] explica cómo debemos mostrar nuestro
agradecimiento por el gran don de la Eucaristía.
“En cualquier caso, la acción de gracias después de la
Comunión también es muy importante. Como Sta. Teresa dijo a sus monjas: “No
pierdan una oportunidad tan buena para negociar como la hora después de recibir
la Comunión”. (Cf. “Camino de perfección”, Cap. 34, 10) Cristo está presente en
nosotros y no desea nada más que llenarnos de sus bendiciones. La mejor forma
de dar gracias es identificarse por amor con el mismo Cristo y ofrecerle a Él
al Padre con todas Sus riquezas infinitas como una dulce oblación para los
cuatro propósitos del sacrificio: adoración, reparación, petición y
agradecimiento.
“Es necesario evitar a toda costa un espíritu de rutina,
porque esto deja estéril la mayor parte de la acción de gracias después de la
Comunión. Hay muchas almas devotas que sólo hacen una acción de gracias que
está compuesta de ciertas fórmulas u oraciones leídas de un libro, y no están
satisfechas hasta que las han rezado mecánicamente. No hay, además, un contacto
íntimo con Cristo, ni conversación cordial con Él, ni fusión de corazones, ni
petición humilde por las gracias que necesitamos hoy y que quizás podrían ser
completamente diferentes de las gracias que necesitábamos ayer o que
necesitaremos mañana. “No sé qué decirle al Señor” es la respuesta de algunos
que abandonan sus libros de oración e intentan entregarse a la conversación
amorosa con Cristo. Por esa razón ellos ni intentan siquiera dejar su
formalidad rutinaria. Si lo intentaran..la voz de Cristo, dulce y tierna,
resonaría en sus almas y les mostraría el camino al Cielo y establecería en
ellos esa paz “sobre todo entendimiento” (Fil. 4, 7).
“Otra manera excelente de dar gracias es reproducir en la
mente algunas de las escenas del Evangelio, imaginando que nosotros mismos
estamos presentes ante Cristo, que está verdaderamente presente en nosotros en
la Eucaristía. Entonces podríamos presentar nuestras peticiones como fueron
presentados por otros cuando Cristo estaba en la Tierra: ‘Señor, el que amas
está enfermo’ (Jn. 11, 3); ‘Señor, si puede limpiarme’ (Mt. 8, 2); ‘Rabboni,
que pueda ver’ (Mc. 10, 51); ‘Señor, dáme ese agua’ (Jn. 4, 15); ‘Señor, aumenta
nuestra fe’ (Lc. 17, 5); “Sí creo; ayuda mi incredulidad’ (Mc. 9, 23); ‘Señor,
enséñanos a rezar’ (Lc. 11, 1); ‘Señor, muéstranos al Padre y eso será
suficiente para nosotros’ (Jn. 14, 8); ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes las
palabras de vida eterna’ (Jn. 6, 68). Cómo se regocijaría nuestro Señor al ver
la sencillez, la fe y la humildad de tales almas, que se acercan a Él con la
misma confianza y amor que los que son recordados en el Evangelio. ¿Cómo sería
posible que no contestara nuestras oraciones, si Él es el mismo ahora como
entonces y si somos tan miserables, y hasta aún más, que muchos descritos en el
Evangelio? No hay nada que conmueva tanto a Su divino corazón que un alma
sedienta de Dios que se humillla reconociendo sus heridas y miserias e implora
un remedio para ellas.
“Es una clase de irreverencia al divino huésped terminar
demasiado pronto la visita que Él se ha condescendido a hacernos. Con las
personas del mundo que se respetan nunca actuaríamos de esta forma, sino que
esperaríamos a que ellos concluyeran la visita.
“S. Felipe Neri en una ocasión mandó a dos monaguillos que
acompañaran a una persona así con velas encendidas cuando salió inmediatamente
después de recibir la Comunión. Si, por alguna circunstancia excepcional,
estamos obligados a interrumpir nuestra acción de gracias, al menos deberíamos
intentar preservar un espíritu de recogimiento y oración en medio de los
inevitables deberes.”
Extraído de catolicidad y su fuente de ellos: Diario Pregón
de la Plata 20-10-09
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